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Testimonios de Cuidadores


“Creo que, aunque no sabes quién soy, sigues sabiendo que te quiero!”

Lisa Genova

Autor: María Mercedes Bonilla


Hace 11 años diagnosticó el doctor lo que, muy en el fondo de nuestra mente, veníamos, con temor, presintiendo.


Vuelvo los ojos a mi niñez y no puedo dejar de pensar, sentir y hasta oler sus recuerdos.  


Tuvimos un hogar feliz, pese a que algunas ocasiones escasearon las cosas, la alegría jamás faltó, ella era el eje en el que giraba esa alegría, la casa siempre llena, hasta el último rincón, con su risa incomparable, abrir la puerta y sentir el cálido olor a pastel, a comida de casa, producto de esas manos generosas que nunca dudaron en servir la mesa para 5, para 10 o los que sean, para el que llegue siempre había un plato en su mesa. Era la abuelita Milagros que hacía pan de la nada. Manos de ángel en la cocina que, prodigiosamente, volvía manjar lo más sencillo. Todo aquel que llegaba a su mesa sentía ese calor y disfrutaba del manjar.


Tratar de describir su esencia es tarea imposible, el chiste oportuno, la inteligencia perspicaz, la respuesta precisa para el momento y el lugar; esos hermosos ojos a los que su esposo, sus hijos y sus nietos sucumbieron de amor, esos ojos que hoy, a pesar de estar perdidos, no dejan de brillar con picardía.

En este camino, recorrido con lágrimas, temores, susto y sobre todo amor, me he dado cuenta del increíble desconocimiento que existe frente a esta enfermedad. Minimizando el dolor, frecuentemente dicen: “pero ella no siente”. Solamente quien ha vivido junto a alguien con esta terrible enfermedad puede ver que sí sienten, sí hay dolor. Perder la cordura y no saber dónde estás, con quién estás, sentirte desorientado, no saber qué te pasa, pelear con imaginarios que tu mente crea, imaginarios que pueden generar de la misma manera alegría como tristeza, pánico o dolor. Es como regresar en el tiempo, es como vivir la vida en inverso, de la cordura y la paz mental a ir perdiéndolas y con ello perder todo lo que te hace sentir seguro, aferrarte a quien te cuida, como lo hace un niño ante la figura materna y escuchar de ella, en un momento de lucidez, un desesperado “ayúdame, no sé qué tengo, no me dejes”

Esta enfermedad que se va llevando con su despiadada mano a la persona que amas, ver poco a poco como va perdiendo su esencia, su ecuanimidad, su autonomía, todas sus capacidades y sus voluntades.

Los hijos entonces, nos vamos volviendo los padres de nuestros padres, eso es un honor que la vida nos da, cuidar de aquellos que cuidaron de nosotros. Solamente es la cosecha de una buena siembra.!

Los últimos años compartidos con mi madre fueron llenos de angustia, miedo, temor, un constante sube y baja de emociones, pero sobre todo llenos de amor, mezclado con dolor, con sus ocurrencias, sus chistes, sacando el mejor provecho a su compañía y los pocos momentos de presencia. Aprendí de mi hermano, que debíamos tomarlo con alegría y hacer de esto el mejor momento, a disfrutarlo mientras sea posible.

La enfermedad, innombrable para mí, se la va llevando lentamente, qué tristeza verla desaparecer poco a poco, ver a alguien tan lleno de vida y energía apagarse lentamente, como una vela consumirse. Ya no es la misma, no se la ve igual, pero cuando la miro, sé que ahí está, muy en el fondo de esa mirada perdida aún hay ese brillo que nunca se apagará.

No nos reconoce, no sabe quién soy (yo sé quién es ella), lo único que su mente recuerda es el nombre de sus hijos, sus nombres nada más, en medio de toda su confusión puede, con inquebrantable fuerza, el recuerdo de lo que más amó: SUS HIJOS.








 













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