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Testimonios de Cuidadores



LA VIDA CON UNA PERSONA CON ALZHEIMER

Autor: Anónima


Hace 10 años aproximadamente, fuimos al médico para que mi esposo se realice un chequeo general y con los resultados descubrimos que el diagnóstico era Alzhéimer, esto fue luego de que puso la renuncia en uno de sus trabajos. En aquel entonces, iniciamos casi maratonicamente las consultas a diferentes médicos, pero el diagnóstico siempre fue el mismo. Él no lo aceptó en absoluto, siempre salía molesto de las consultas.


Así pasaron los años, y lentamente se fueron evidenciando más y más sus síntomas, su comportamiento empezó a cambiar; los olvidos eran más frecuentes, se agudizaron los dolores de cabeza, empezó a contar historias que nunca pasaron, dejó de recordar el nombre de las cosas, desconocía su ropa, los alimentos, se desubicaba fuera de casa, muchas veces no sabía dónde estaba, todo era nuevo para él, y en algunas ocasiones se presentaron cuadros de agresividad. No obstante, lo que más me ha costado asimilar es que se iba a olvidar de mi como esposa, de sus hijos, nietos, hermanos, de la familia en general, y no se diga de los amigos y conocidos.


Es frecuente que me recuerde cuando era joven. Dice que quiere ir a verme, recordar los momentos y aventuras que pasamos cuando éramos enamorados, recién casados, y los innumerables momentos compartidos en estos 49 años de matrimonio. Es complejo darme cuenta, que poco a poco no quedarán recuerdos de estos últimos años con el compañero de mi vida.


A mis hijos los recuerda cuando eran niños y los quiere ir a visitar. Ahora que ya son adultos, muchas veces no sabe quiénes son, o dice que son solo mis hijos, que los cuide y los trate bien. Ha habido ocasiones en los que ellos han tratado de intervenir haciéndole razonar, explicándole que está en su casa, cuando repentinamente no sabe dónde está. O que yo soy su esposa, cuando me confunde.


Con sus nietos es algo similar, no les reconoce, no se acuerda de ellos ni de sus nombres. Cuando los ve les abraza, les saluda cariñosamente, porque ellos lo llaman por su nombre, pero no sabe quiénes son.


A diario, por las mañanas quiere irse a su casa en Quito, en otras ocasiones, está apurado por ir a dar clases en la Universidad. Empieza a recoger los libros, hacer montones, convencido que necesita para preparar las clases para sus alumnos, afirma que no ha asistido como tres días a la Universidad por venir a visitarme, y que, si no se presenta hoy día, le van a suspender y le pondrán un reemplazo.

A quien constantemente llama pidiendo ayuda es a mi yerno, le pide que le lleve a su casa, o a la casa de sus padres. Suele decir que le tienen secuestrado, que hay personas extrañas en la casa y que no sabe qué hacer, pero que lo trata muy bien y son muy agradables. A lo que mi yerno lo tranquiliza, nombrado cada cosa que existe en la casa, o como me llamo para que de a poco vaya reconociéndome y se tranquilice.


Éste ha sido mi transitar desde que empezó la enfermedad de mi marido.


Afortunadamente ahora, tras un buen tiempo de no saber qué hacer, encontramos la Fundación TASE a la que diariamente asiste. Se encuentra a gusto, se lo ve contento, está feliz con el personal que lo atiende y las actividades que realiza. Para mí, es un tiempo de tranquilidad. Estoy muy agradecida y dichosa de que se haya acostumbrado.






 













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